Nunca me dí cueta con qué pie me levanté.
Como todas las mañana a medio despertar me enfundé el pants, agarré mi maleta, bajé a la cocina donde mi mamá me esperaba con el desayuno, lunch y comida para el día.
Me despedí, me subí a mi coche y tomé camino para el lejano Santa Fe como a diario lo hacía.
Nunca debí cruzar esa puerta. De haber sabido jamás habría salido de las sábanas que me protegían de todo lo que estaba por pasar.
La radio y mis pensamientos sobre el trabajo y el silencio de aquel con quien estaba saliendo me acompañaban, así como buenos deseos de los amigos de twitter de lo que para mi no iba a ser un buen día.
Tomé la decisión de seguir derecho, en vez de dar vuelta como simpre lo hacía, y eso cambió el rumbo de las cosas.
No era raro que hubiera tanto tráfico, comenzaron todos a "aventar la lámina", una caminoneta a mi derecha me dejó pasar para incorporarme a tlalpan y justo cuando dí la vuelta delante de él, aceleró y se dejó venir la camioneta hasta raspar y sumir la lámina de la parte trasera derecha de mi "escoba".
El enojo y la impotencia se apoderaron de mi, nos orillamos, pidió disculpas y suplicó no llamar al seguro. El hombre de aspecto humilde no traía licencia, no tenía seguro, no era dueño de la camioneta. Traía equipo de cine que tenía que entregar para una filmación.
Juró responder, a cambio de que lo dejara llegar a trabajar. Creí en él y acepté unos papeles de la camioneta. Finalmente me quedé con el golpe y lo dejé ir.
Llamadas, mensajes, twitts de la gente preocupada por mi hicieron que mantuviera la calma.
Me subí a mi coche y de pronto el llanto vino a mi. Sentía impotencia, tristeza por lo que emocionalmete estaba pasando... todo se me juntó.
Sin embargo, intenté ser positiva y dejar de lado lo material, con el argumeto de que lo importante era que no había pasado a más y que todos estabamos bien.
Llegué al gimnasio, corrí un poco, me arreglé y llegué a la oficina. Pero el ánimo no se recuperó.
Después de la comida tomé camino al hospital para que me revisara y justo a 1 semáforo antes de llegar, el segundo rayo cayó.
Estaba parada esperando el verde, frente a mi del lado izquierdo una camioneta salió de su cochera en reversa. La ví aproximarse demasiado, comencé a tocar el claxon pero nunca se detuvo.
Increible pero cierto, por segunda vez en el día me habían chocado.
La paciencia se me había agotado, y aunque el golpe no había sido tan fuerte, con mala cara y la peor de las actitudes bajé. El hombre se disculpó de manera cortés, vimos la "herida de mi escoba" y sugirió pagarlo.
Marqué a mi papá para pedirle el teléfono del mecánico de confianza, al escuchar la caída del segundo rayo, evidentemente se enojó y me dijo que llamara al seguro.
El hombre de la camioneta comenzó a sugerir precios, hasta llegar a la ridícula cantidad de 100 pesos a cambio de lo sucedido. Después de su "oferta" llamé al seguro.
Subida en la escoba, a punto de quedarme sin pila en el celular lo publiqué en twitter, comencé a llorar y llorar sin consuelo alguno.
Sólo quería un abrazo, saber que todo iba a estar bien, que el día se iba a terminar y que podría volver al refugio que mis sábanas me daba.
Pensé en él, en el silencio ensordecedor que me estaba volviendo loca. Le escribí un mensaje, esperando su respuesta en un acto de "humanidad" y comprensión de mi situación: "Hoy ha sido el peor día de mis días del año. Me acaban de chocar por segunda vez en el día. Me siento impotente. ¿Si te pido que por favor, por hoy rompas el silencio lo harías?"
La respuesta fue clara, más silencio.
El seguro llegó y en mal momento se le ocurrió coquetearme.
Saludó, preguntó si estaba bien y al saber que no había pasado a mayores comentó "qué rico huele su perfume." No obtuvo respuesta de mi parte.
Su comentario me puso mal, me sacó de mis casillas y me recordó que a Él le gustaba mi perfume.
Al hacer las preguntas sobre el accidete, incluyo: "¿Cuál es el nombre de su marido", a lo que respondí con seriedad, no tengo marido. "¿Y tiene novio?"
Mi cara se lo dijo todo, cerró la boca y se fue a llenar los papeles a otro lado.
Era #LunesdeCafé con Fernanda, la vi, me escuchó llorar, me intentó calmar y me abrazó, pero esta vez no fue suficiete.
De camino a casa, pensaba en lo egoísta que él había sido, en lo asombrada que estaba de que las cosas fueran así, que no quisiera hacer una llamada o al menos enviar un mensaje para saber si estaba bien. Lo único que pedía era un abrazo, unas palabras que me hicieran sentir protegida y segura.
Estacioné la "escoba" y al segundo ahí estaba, parado en la puerta de la casa. Se acercó de inmediato sin mirar un segundo "los raspones", abrió mi puerta y sin más me abrazó.
Como siempre sus brazos me hacían sentir protegida, su pecho absorbía mis lágrimas y sus palabras me daban calma. "Tu día ya se terminó, por fin estás en casa y ya todo pasó. Lo importante es que estás bien."
Mi papá sin pedirle nada me dió todo lo que necesitaba en ese instante.
El efecto siempre ha sido el mismo, él siempre me hace sentir protegida. De chica cuando tenía pesadillas despertaba y subía a su recámara, lo sacaba de la cama y nos sentábamos con la luz prendida en las escaleras de madera que dan a la azotea. Abrazada de él lloraba por el mal sueño que había tenido, comenzaba a contarle desde la repetida escena que siempre anunciaba la llegada de mis pesadillas: Estoy en un jardín alejándome de las mesas donde mis papás estaban conversando con amigos en una comida. De pronto me veo caer a una zanja pegada a la pared blanca donde nadie puede verme, nadie puede oirme y es ahí cuando me sumerjo en las garras de la pesadilla.
Después de contarle, él me convencía de que era sólo un sueño, me llevaba a mi cama y se esperaba a mi lado hasta que me quedara nuevamente dormida.
Un minuto más tarde salió mi mamá para darme un cálido recibimiento y reconfortarme por todo lo que había pasado, se asomó vió el carro y me dijo "no se ve tanto, y me sonrió". Su mirada me lo dijo todo, estaba preocupada por mi. Con una sonrisa a medio pintar le contesté: "Para que veas que un rayo sí puede caer dos veces en el mismo lugar".
Todo lo que había pedido durante el día estaba en casa, con las personas que me quieren, que se preocupan y que siempre me apoyan.
Así fue el momento con el que cerré mi día, en el que ya no importaba el pie con el que me iba a la cama, ni con cuál despertara mañana, porque ya todo estaba en calma y sabía que al día siguiente tenía la posibilidad de comezar de nuevo y hacer las cosas diferentes.