Thursday, April 21, 2011

El entierro

Aprender a desprenderse no es fácil.
Por naturaleza somos seres egoistas que sufrimos ante las pérdidas.

Cuando alguien se va de nuestro lado, lloramos por el dolor que esto nos causa a nosotros mismos, porque ya no estará más para escucharnos, para abrazarnos, para reir, compartir. El sufrir que sentimos no es por lo que el que se va siente, sino por lo que su ausencia provoca en uno mismo.

Todo el tiempo estamos muriendo. Cada opción que tomamos da muerte a un sin fin de posibilidades alternas que sin darnos cuenta causan ese sentimiento de pérdida y muchas veces hasta duelo. ¿Nos preguntamos el qué hubiera pasado si...? ¿Y si hubiera sido diferente? ¿Cómo sería si...?

No todas las decisiones son fáciles de tomar, no todos los duelos son fáciles de llevar, decir adios y desprenderse de lo que se quiere es mucho más doloroso de lo que pudiera imaginar.


Estaba en la sala de espera del hospital, recordando todo lo que habíamos pasado juntos. Las cosas buenas, las no tan buenas y las peores. Sabía que no había mucho más que hacer, más que esperar el momento final.
La doctora salió para darnos oportunidad de despedirnos. Entré a la habitación y ahí estaba, en su cama con los ojos cerrados, mueriendo.

Estaba inconsciente, pero podía escuchar, así que decidí decirle todo lo bueno que había sido conmigo, lo importante que había sido en mi vida y lo mucho que le quería. Le agradecí lo que me había enseñado, no sólo con los momentos lindos que pasamos, sino también con los malos. Comencé a recordar cada una de las cosas con las que queriendo o sin querer me hizo daño. Parecía un ser tan indefenso al estar ahí su cuerpo tendido escuchándome llorar.

Quedaba poco tiempo, así que le perdoné, me perdoné a mi misma y en paz le dejé ir. Se apagó la luz y con ello se murió la esperanza de que las cosas fueran diferentes.
Ese mismo día le llevé flores, le deseé una buena vida post vida y con la arena como símbolo se enterró la ilusión de lo que nunca fue.

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