Era uno de esos días en los que sin motivo alguno simplemente te sientes preciosa, sonríes por todo y disfrutas el momento que estás viviendo.
Caminaba por las calles de Estocolmo, a menos cinco grados pero con un cielo azul precioso, un sol brillante que calienta poco y la nieve que emblanquecía el momento.
Ya me lo había dicho Diego: "no hables con extraños", pero esa no soy yo, así que no le hice caso.
De frente me topé a una señora que iba acompañada de su perro, le sonreí y la saludé mientras me seguía de frente. La señora se regresó y me dijo: "¿Estás bien? Te ves muy feliz". No comprendía su pregunta, pero le respondí que sí, que simplemente estaba muy feliz porque estaba de vacaciones, que disfrutaba el paisaje y que aún no creía que estuviera tan lejos de casa.
Sorprendida de mi respuesta, me dijo que disfrutara de mi día. Me sonrió y siguió su paso.
¡Por Dios! ¿Qué clase de pregunta es esa? Me eché a reír y seguí caminando disfrutando del regalo de poder vivir eso.
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