Aún en los momentos en los que con decisión determinamos cerrar una etapa y pasar a la siguiente, el desprenderse no es un ejercicio sencillo. Los apegos a las cosas, a las personas, a los afectos, a la rutina, entre otros, es cosa de humanos; sin embargo cuando se trata de desprenderse de alguien a quien aún queremos se torna aún más complicado.
¿Cómo desprenderse de un beso sublime, de una piel que se funde a la perfección con la mía, de las tormentas que provoca en mí, de todo aquello que puse en él, para que nadie, ni siquiera yo, pudiera alcanzarlo?
He pasado días, semanas, meses, incluso años, y aún a sabiendas de que la decisión de seguir a su lado no es la más conveniente, ni la que a mediano o largo plazo me hace bien, sigo aferrada al ideal de lo que en realidad nunca fue, no es y nunca será. Confieso que no he logrado desprenderme de aquel al que atribuyo emociones fugaces, felicidad efímera y sentimientos que entretienen al corazón.
Nadie dijo que sería fácil soltarlo, pero quizá es que aún no quiero dejarlo, quizá deseo continuar a su lado y seguir viviendo intensamente esos momentos fugaces que me hacen inmensamente feliz, aún sabiendo que no es real, que no es duradero, que no tiene futuro y que jamás cumplirá mis ideales.
… Lo demás se lo dejo al viento, es tiempo pasado, dolor cauterizado, lección aprobada, elegir que ya no eres la vida que quiero vivir.
No lo olvido, no lo dejo, está decidido lo llevo conmigo y por siempre agradezco haberlo podido vivir.
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